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La Naturaleza

La Naturaleza, entendida como lo dado o no cultivado por el ser humano, tiene un carácter sagrado para las comunidades originarias de todos los pueblos. De ahí que la revisión de la noción de Naturaleza que subyace en el pensamiento Occidental sea fundamental para abordar la sensibilidad y la sustentabilidad como temática teórica y práctica, ya que ella se encuentra a la base de los conflictos socio- ambientales actuales, en cuanto a ésta se la ve, exclusivamente, como una fuente de “recursos y materias primas” y no en su potencial “estimulante o incitante” de la experiencia humana de los sentidos, vinculada al desarrollo de los sentimientos.

Entendemos en este contexto, que lo sagrado es percibido por las comunidades a-modernas, antiguas y actuales, como vida que no puede ser intervenida por el ser humano, sino que debe ser respetada en su propio proceso de desarrollo. Al mismo tiempo, esa misma vida o naturaleza es sentida como misteriosa, no explicable y, al mismo tiempo, como la “dueña” del misterio mismo de la continuidad de la vida, incluyendo la humana.

La dificultad actual de ver a la Naturaleza como sagrada e incluso de no poder dejar de verla como recurso natural, nos hace presentar esta propuesta de “sustentabilidad integral”, que considera que el aprecio y la experiencia estética de la naturaleza es fundamental para reconectarse con el sentido y valor del “habitar” en o en proximidad a ella - a fin de que nos eduque a través de la sensibilidad, es decir, percibiendo sus ciclos, ritmos, aromas, colores, texturas y sonidos, que “dicen” al ser humano un modo de ser, independiente de los deseos e intenciones, que éste quiere imponer a la vida.

Sensibilizarnos mediante nuestra vivencia en la naturaleza, percibiendo lo que ella hace a nuestro cuerpo, mente y emociones, es un proceso que incide en un cambio de actitud hacia la naturaleza. Espontáneamente, tenemos experiencias con la naturaleza, especialmente, cuando optamos por tomar unas vacaciones en el campo, en la montaña o cerca del mar, pero lo que proponemos es ir a la naturaleza durante la vida cotidiana en la ciudad. Cultivar por medio de los sentidos, del cuerpo y de las emociones, es decir, mediante una “actitud perceptiva activa” una relación que hemos dejado para momentos especiales - que hemos relegado a tiempos precisos y en formatos impuestos por el sistema - cuatro noches y cinco días,  entre otros.

Por otro lado, la visión crítica respecto a la noción moderna de naturaleza es fundamental para abordar la sustentabilidad como temática teórica y práctica desde la interdisciplina  integrando la visión de la agronomía, la estética y las ciencias biológicas, especialmente, la ecología, debido a que ella se encuentra a la base de los conflictos ecológicos actuales. Tal afirmación se apoya en las reflexiones de Heidegger respecto de una epistemología, donde prima la división sujeto-objeto como modo único de conocimiento. (Ciencia y Técnica, 1997) Su nacimiento no solo dio como resultado un punto de vista desacralizado del mundo, sino que intervino el sentido que tenía la palabra conocimiento para los griegos lo que produjo un giro en el modo de aprehender las cosas y el mundo. Heidegger pone el acento en el concepto latino ratio (razón), que en latín tenía el sentido de cálculo y cuentas. Así, el pensamiento o la reflexión devino en un tipo de pensamiento que calcula y que mide para conocer. Dicho punto de vista ha derivado en la Era técnica o atómica, cuya esencia se oculta al ser humano. Aunque dicha esencia se oculte, igualmente domina e impera sobre los procesos cognitivos y de trato hacia la naturaleza. El pensar calculante no reflexiona sobre el ser de las cosas, sobre su origen y sentido, sino que se centra en el uso y aprovechamiento de todo cuanto le rodea. (Serenidad, 1994). Heidegger hace especial hincapié en el uso que hace del lenguaje del pensar calculante, en cuanto devela el modus operandi de este trato para con la vida. Por ejemplo, el bosque ya no se denominará más bosque sino “recurso natural” (Ser y tiempo, 1995). Este punto es esencial para lo que queremos plantear pues la perspectiva que predomina en la ciencia y la técnica pasa por alto los aspectos estéticos de la naturaleza restándoles valor sino también a la experiencia que el ser humano tiene cuando no ve a la naturaleza como un objeto de estudio o de negociaciones.

De ahí, que nos propongamos integrar la percepción más acá (en el cuerpo humano) de la naturaleza a fin de reestablecer un vínculo apreciativo, estético, que abra un espacio a un aprendizaje que no tenga otra finalidad que conocer mediante la experiencia. Este conocimiento sensible, no sólo desarrolla los sentidos agudizándolos, sino que incluye el despertar de las emociones y de los sentimientos, lo que permite al perceptor conocerse a sí mismo y al otro (naturaleza y comunidad) asumiendo y saboreando lo que siente. Por otro lado, los olores, las texturas, los olores, entre otras cosas, también comunican algo de aquello que estamos conociendo, al igual que lo que siento respecto de ello, también es una información valiosa que contribuye al conocimiento “científico” alcanzando un modo de conocer más integral.

Un plan educativo con miras a un mundo más sustentable no solo debe enseñar acciones concretas para conservar la vida sino la apreciación de esa vida a fin de despertar el sentimiento de respeto y amor hacia ella. Al desarrollar la sensibilidad ante la naturaleza, sintiéndola y apreciándola, llegamos a tomarle el peso y el valor que ella posee y, al mismo tiempo, comprendemos la riqueza que significa sentirla, no solo porque nos gratifica sino porque comprendemos la vida cuando la percibimos. Se hace necesario distinguir el territorio, para comprenderlo y habitarlo de una forma consciente (Orr, D. 2004).

De ahí que nos propongamos aplicar un método para el desarrollo de la sensibilidad ante la naturaleza a fin de despertar el aprecio hacia la “casa común” (S.S. Francisco, 2015), especialmente, hacia su riqueza y variabilidad, a fin de inducir a la toma de consciencia de la interconexión de todo lo viviente, motivo por el cual la vida sustentable es la salida a los problemas medioambientales.

Por esto es importante aclarar qué entendemos por experiencia estética, pues cuando hablamos de ella - aunque si decimos experiencia ya estamos en el ámbito de lo estético – nos referimos a una vivencia sensorial-perceptiva y, por ende, corporal y emocional.  Nos referimos a un estado corporal y mental de inmediatez, más acá (en el cuerpo) de la palabra. La experiencia en sí misma es corporal, cuando nos damos cuenta de ella y nos quedamos en ella sintiendo el cuerpo, estamos encarnando y registrando en el cuerpo la experiencia, es decir, ahondando en lo que sentimos. Cuando esta pasa a la palabra dejamos de estar en lo corporal de la experiencia.  A no ser que estemos entrenados a hablar incorporando la sensación de nosotros mismos al hablar. De ahí que propongamos, que para educarnos estéticamente, tenemos que aprender a permanecer con calma en la experiencia – saborearla – para comprenderla. Esto implica reconocer dónde y cómo se da en el cuerpo, sentir su vibración o localizar los movimientos que genera en mi cuerpo. Cuando tenemos una experiencia, generalmente, nos salimos de ella para contar lo que nos pasa, de este modo nuestro aprendizaje respecto de las emociones y sentimientos es siempre superficial.

Por otro lado, perdemos la oportunidad de estar presentes en la experiencia porque inmediatamente analizamos lo que nos pasa. No estamos entrenados a simplemente a escuchar, quedándonos en los sonidos o a comer quedándonos en el disfrute de los sabores. Un mundo se nos abre cuando comenzamos a practicar el método Sātī, que es un camino hacia la presencia en la existencia. Este método, no lo practicamos con ninguna finalidad fuera de sí misma, es decir, entrenamos nuestra atención para ejercer nuestra propia naturaleza, ara conocerla, ya que el ser humano es un ser perceptivo que se da cuenta de lo que percibe y puede llegar a simbolizarlo mediante diversos lenguajes.

De esta manera, si realizamos un diagnóstico de cómo funcionamos diariamente respecto de nuestra percepción, descubriremos que en muchos momentos del día estamos inatentos, es decir, estamos presentes vagamente, sobretodo no encarnados totalmente. Una parte nuestra permanece constantemente en un diálogo interior, otras veces nuestra mente está atrapada en imágenes del pasado o construyendo un futuro, a veces simplemente cantamos o repetimos mecánicamente trozos de diálogos de los cuales no nos podemos deshacer.

Permanecemos casi siempre ensimismados, al arbitrio de los contenidos de nuestra mente que alimentamos otorgándoles atención. Esto hace que muchas veces lleguemos a nuestra casa sin darnos cuenta de cómo llegamos, ya que caminamos, subimos y bajamos de una micro, sin percibirnos del todo. Eso mismo hace que no sepamos dónde dejamos las cosas, ni que dijimos exactamente, es decir, estamos en un estado de mecanicidad, donde nuestro cuerpo funciona independiente de nosotros, afortunadamente, o sino ya habríamos perdido la vida. Nuestra mente es muy rápida, vuela lejos, no se acopla al ritmo del cuerpo. Uno de los efectos de la práctica de Sātī, es traer a la mente al ritmo del cuerpo, es decir, que aprenda a ajustarse y a acompañar su desplazamiento.

Otro de los estados comunes en los que permanecemos lo denominamos absorción,  pero no en el sentido meditativo, que implica una gran concentración, sino en el de una mente volcada ciegamente en sus ocupaciones, con la consecuencia de la desaparición total de la sensación corporal. Cuando escribimos en el computador o vemos una película, nuestro cuerpo se desvanece, nuestro campo perceptivo lo anula. Solo nuestra mente sobrevive registrando lo que sucede. En ambos casos, no somos conscientes de la relación posible entre mente y cuerpo, es decir, olvidamos que en algunos momentos plenos de nuestra existencia, hemos estado conscientes en el presente, gracias a que mente y cuerpo se han acoplado.

Finalmente, trabajaremos con la noción de “experiencia estética en sentido amplio”, entendida como experiencia de  los sentidos, la que acontece a diario y a cada instante, pero a la que le ponemos poca atención ya que no sabemos el valor que tiene en nuestra vida y, la “experiencia estética en sentido restringido”, circunscrita a la recepción de la obra de arte.

Por esto mismo, señalamos que la noción de arte en la filosofía asiática, en la que nos estamos apoyando, considera arte a la adquisición de una habilidad siguiendo un camino de aprendizaje de una técnica bajo el alero de un maestro o escuela. Camino que implica un entrenamiento mental y corporal, donde la mente aprende a silenciarse para contemplar la realidad, para que el cuerpo pueda fluir, expresando la habilidad por medio de una técnica, por ejemplo, caligrafía o ceremonia del té. Este proceso de aprendizaje, que implica el entrenamiento de la atención, para lograr la unidad mente y cuerpo, derivo en que la teoría del arte asiático, no realizó nunca la distinción teórica entre arte y artesanía. Como consecuencia, cualquiera habilidad, cuyo trasfondo implique el entrenamiento de la atención, fue considerada, posteriormente, arte. De ahí que aspectos cotidianos como cocinar, limpiar, incluso, caminar, ejecutados bajo este concepto fueran considerados una vía hacia el despertar de la consciencia, la que acontece cuando se produce la unidad mente y cuerpo, durante la ejecución de una actividad.

De ahí que la experiencia estética sea una posibilidad de aproximarse a la vida como arte, en cuanto vivir con atención conduce al desarrollo de la unidad mente y cuerpo, un proceso que paulatinamente ayuda a conocerse a sí mismo y al mundo que nos rodea, mediante un acto receptivo de la realidad. Este camino, finalmente, derivara en la noción del artista como obra, en cuanto, su modo de vivir en consonancia con la vida, con su flujo, expresará la habilidad universal, es decir, sus gestos, incluso los cotidianos serán un modo natural de desenvolverse en la existencia. Su vida, sus gestos serán naturales y espontáneos como el desenvolverse de la vida misma.

Cuando hablamos de naturaleza ¿qué es lo que tenemos en mente?, ¿cuál es nuestra vínculo con ella y por qué se hace necesario reflexionar en torno a esta temática en relación con el pensamiento tradicional japonés? ¿Qué de singular tiene esa tradición?

En primer lugar tenemos que reconocer que en la actualidad cuando se habla de naturaleza instantáneamente surge en nuestra mente la palabra ecología, como consecuencia pensamos que el texto que viene a continuación es sobre desastres medio ambientales. Así, nuestra relación con la naturaleza ha devenido un problema a resolver, un bombardeo de información respecto de la contaminación,  lo que genera en muchos de nosotros un sentimiento de culpa; en otros nace el sentido de responsabilidad asumido como una deuda, incluso sentimos que hay algo urgente que resolver que requiere de decisiones políticas,  de intervención estatal, apoyada y dirigida por comisiones científicas. Sin embargo, por siglos nuestra aproximación a ella no fue a través de esta dinámica, tampoco mediatizada a través de maravillosos reportajes del National Geografic o de programas sobre el calentamiento global. Para un gran porcentaje de personas la naturaleza fue el lugar donde creció, el espacio en el cual habitó, donde se desarrolló jugando, con el cual tenía una relación permanente, sobre todo porque era menos común vivir en departamentos, entre otras cosas.

Por eso, esta reflexión parte con una invitación a recordar ese primer contacto con la naturaleza, es decir, le pedimos al lector que trate de sumergirse en la memoria de sus días de infancia, durante los cuales discurría entre medio de plantas, flores y árboles, rodando por el pasto, trepando por troncos o colgando de ramas. Cuando cortaba flores para hacer collares, coronas o simplemente para llevarlas a la mamá o a la profesora. Cuando corría con el perro o acariciaba al gato. Que traiga al presente las impresiones de la época en que vendían pollitos o patos en las ferias y donde las palomas no eran un problema de salubridad. Incluso en ese mundo todavía se veían varios arcoíris al año, círculos en la Luna y rayos de sol que atravesaban las nubes.

Ahora trate de sentir las sensaciones y emociones de ese mundo, recuerde el gozo de percibir las cosas de manera directa: la manzana, su color, su olor, su plenitud carnal (la de la manzana y la suya) sin culpas ni prejuicios, la plena experiencia estética en la que vive el niño (conciencia de la unión sensación–emoción en la presencia corporal, percepción de sí mismo y del entorno de manera simultánea).

Si el que lee estas páginas realiza este primer esfuerzo antes de continuar, podrá asimilar este texto desde una conexión consigo mismo, así el tema que desarrollaremos a continuación no será simple información. La idea principal de este escrito es que usted recuerde que la naturaleza no es un dato sino una realidad presente, una oportunidad para todo el que despierte a ella, una posibilidad de reconectarse con la experiencia inmediata, libre, que tenía en la infancia y que quizás recuerda con nostalgia (tal vez la haya olvidado). A ella apostamos para reconocerle un valor intrínseco que, además, influye positivamente en la salud, al contribuir en el desarrollo integral del ser humano.

A partir de esas impresiones, retomaremos la reflexión acerca de la naturaleza. Una manera de definirla es a partir de la noción de ecosistema, es decir, un “conjunto característico de especies de plantas y animales” en el cual habitamos; incluye a la vez un terreno particular unido a un clima que contribuye a su proceso y permanencia. Los ecosistemas son biodiversos y en la actualidad los podemos encontrar en distintos estados: aquel en donde no ha habido mayor intervención del ser humano, otros en donde la intervención ha sido medianamente armoniosa y finalmente, en los que la mano del hombre ha provocado desastres reversibles y otros irreversibles.

Los ecosistemas existen incluso en el jardín de las casas particulares y si la persona permanece unida a su devenir puede convivir con la transformación permanente de la naturaleza: nacimiento, desarrollo y muerte de ese pequeño nicho vegetal y animal. Si bien los ecosistemas tienen una geografía medianamente constante, grandes desastres como aluviones, terremotos, incendios, entre otros, pueden modificarlos. De esta manera, el clima  de una región varía de año en año haciendo que el ecosistema se modifique parcialmente, aumentando o disminuyendo la proliferación de especies. Todo aquello hace que una persona de campo conectada con su entorno tenga un conocimiento empírico respecto de la conducta de plantas y animales, que en muchos casos genera una sabiduría que expresa la afinidad lograda en convivencia con el medio. Al mismo tiempo y de manera espontánea se suele disfrutar de los contrastes visuales y auditivos de las estaciones, de las sensaciones que despiertan el clima, los olores, los colores, etc. Los que generan sentimientos de empatía y afecto hacia el paisaje.

La naturaleza se filtra por la piel, penetra por los oídos, inunda los ojos, sacude la lengua, ensancha los orificios nasales, permitiendo que la conciencia despierte a su presencia. El cuerpo se sacude ante tales estímulos pero la persona que habita la ciudad los hace a un lado, como si el cuerpo que usa para vivir no tuviese ninguna cabida en su modo de existir. Finalmente, esta extraña forma de habitar se puede vincular a la falta de atención a la realidad del cuerpo, como si ambos, naturaleza y cuerpo, hubiesen sido relegados. Se pueden argüir argumentos en contra de las razones por las cuales hemos aprendido a estar ausentes corporalmente en la cotidianidad, pero no es la finalidad de este escrito.

El asunto que nos atañe es reconocer una condición y vislumbrar la salida. Queremos que sospechen la relación intrínseca que la naturaleza tiene con nuestro cuerpo, en cuanto ambos comparten materialidades. El cuerpo deviene en naturaleza una vez que ha dejado de respirar, y  está conexión, que olvidamos está presente en la versión vital del niño que juega o del campesino que trabaja la tierra. La propuesta de este texto es que la re-conexión con la naturaleza, pasa por un volver a sentir el cuerpo en sus propias capacidades que son sensoriales y emotivas, pero ahora desde la conciencia, es decir, como un acto voluntario, que requiere en primera instancia de un esfuerzo.

El niño que vive en relación directa con el entorno está abierto,  desde cierto punto de vista es libre. Se sorprende ante las cosas, se entusiasma, es arrojado, y, al mismo tiempo, gozador; se mueve permanentemente pero también se revuelca y mira desde el suelo, a veces largo rato, como contemplando el girar de las cosas. Todo esto parece acontecerle porque aún no está socializado, como tampoco maneja bien el lenguaje, tampoco posee suficientes experiencias que limiten y entorpezcan su actuar o sentir. En cierta medida sufre vivir así porque no puede hacerlo de otra forma. Son los dos extremos de dos tipos de conciencia, una sobreestimulada por las impresiones (la del niño) y otra anestesiada por la inatención debido al exceso de trabajo, responsabilidades y ajetreos de la adultez, es decir, tomada por estímulos de otro orden. También los niños que viven en la sobre estimulación moderna y electrónica, suelen perder la capacidad de asombro y de gozo del instante.

Al principio nos preguntábamos por qué está temática se debía tratar tomando prestada la concepción japonesa de la naturaleza. Esto podría parecer algo arbitrario tomando en cuenta que, las culturas ancestrales de todos los países, poseen tal vínculo con la naturaleza. Sin embargo, el pueblo japonés ha transformado esa relación en algo no transable, en una necesidad, ya que nunca renunció a vivir en contacto diario con ella, ni siquiera tras la modernización occidental del país.

LA PRESENCIA DE LAS FLORES

Claudia Lira Latuz

“Mirad los lirios cómo crecen; ni trabajan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos." Lucas, 12:27.

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Plant a Vegetable Patch

 

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Esta frase atribuida a Jesús de Nazaret a propósito de su llamado a la vida espiritual, en cuanto vida de fe o confianza en Dios, es un llamado a la vida en el presente, a la consciencia plena, a la no preocupación, ya que ésta es un estado de la mente contaminada por miedo o anhelos. Al mismo tiempo, es una invitación a la contemplación, a la conexión con la vida, con la existencia real, sensorial de la flor, la que, con sus colores, formas y olores, dice silenciosamente algo a la sensibilidad del ser humano. Mirar, simplemente, implica también una actitud de ocio, opuesta al negocio, a los intereses, a la inversión, a la acumulación de bienes. Sin embargo, lo central en esta frase es que nos invita a mirar una flor, a ver su belleza, la que naturalmente crece en todo su esplendor. La flor tiene un desarrollo, como todo lo vegetal, ininterrumpido, es decir, cada una de ellas camina hacia su desenvolvimiento lenta e irremediablemente. No se opone a la apertura y esta responde a un lineamiento interno, pero también externo pues ella responde a la luz y al calor para abrirse o cerrarse. Así, cuando el maestro de Nazaret nos conmina a mirarlas, entre otras cosas, nos convoca a integrarnos a un ritmo, pero por sobre todo a comprender algo a través de él.

En el contexto asiático, la presencia de la flor es edificante, por ejemplo, en la biografía del Buda se relata la relación de su vida con las flores, incluso desde su nacimiento pues cuando lo hizo, se paró y caminó, dejando debajo de cada una de sus pisadas una flor. Al mismo tiempo, cuando nació toda la tierra floreció, inundándose de luz, la que llegó, incluso, al inframundo. También aparecen en el momento previo a la iluminación, cuando está siendo atacado por Mara, quien trata de infundirle miedo, mandándole un ejército de ogros que lo atacan, para que no se realice. Sin embargo, Siddhartha se mantiene inconmovible en postura de meditación y todas las agresiones lanzadas en su contra se vuelven pétalos de flores al ingresar en su campo de percepción. Tal acontecimiento atemoriza a los ogros quienes huyen del que es capaz de defenderse de esa manera.

Podríamos agregar que una consciencia en proceso de despertar responde desvaneciendo el miedo y en este caso las flores son el bálsamo que desenmascara la ilusión mental. En estas primeras fases de su biografía las flores expresan su conexión con la naturaleza. De ahí también que pueda sentarse a meditar sobre un trono de loto y que la postura de meditación se denomine padma asana, la postura del loto. Al mismo tiempo,  la consciencia se homologa a la presencia de las flores, la que se simboliza también, como despliegue de luz ingresando a todas las zonas cósmicas.

La presencia de la flor, se encuentra también en el episodio final de la vida del Buda, en el momento en que tiene que transmitir la esencia de su camino y dejar a alguien a cargo de la comprensión de la iluminación. Para lo cual convoca a la comunidad pues dará su última enseñanza o discurso. Sin embargo, guarda silencio y simplemente muestra una flor. Todos lo miran y, sin duda, la miran, pero solo Mahakasyapa sonríe, estableciéndose con este gesto y esta respuesta, la transmisión sin palabras, de espíritu a espíritu.

Esta transmisión basada en la sensibilidad es muy importante en el budismo zen. Es una comprensión que emana desde el silencio y la receptividad y que se expresa como serenidad y gozode una leve sonrisa, la de la comprensión. Antes de esto y como presagio de la futura iluminación el pequeño Siddhartha, fue llevado a la fiesta del arado, donde fue dejado por sus cuidadoras, bajo la sombra de un manzano en flor, tras lo cual se retiraron bajo otra sombra a conversar, olvidándolo. Cuando lo recordaron se asustaron porque pensaron que el niño estaría expuesto al sol. Sin embargo, el niño que naturalmente se había sentado en la posición de la meditación, estaba protegido por la sombra la que no se había movido con el transcurso del día. Este episodio fue considerado un milagro por las mujeres las que corrieron a relatar el hecho al padre de Siddhartha, el que, al ver al niño, se conmocionó y lo reverenció.

Este manzano en flor es la expresión vegetal del estado mental y corporal en el que se encuentra el niño en ese momento. El tronco es su columna recta, las raíces, el enraizamiento que provoca la postura de loto y la copa florida, la expresión de la mente iluminada. Lo relevante de este relato es lo que está ocurriendo en la consciencia del niño, lo que es explicado en su biografía. Se dice que el niño, meditando espontáneamente, quieto y con los ojos abiertos, contempla la fiesta del arado. Ve como abren la tierra, ve que al hacerlo van cercenando lo que encuentran, ranas, lombrices, entre otras cosas. Ante esto el niño siente dolor, compasión, pero al mismo tiempo gozo.

Esta experiencia bajo el manzano en flor, fue fundamental en la vida de Siddhartha, ya que, tras probar todos los caminos ascéticos existentes en su época, descubre el justo medio, es decir, se da cuenta que ni la vida distendida de Palacio ni la purificación extrema del cuerpo lo conducirá a la comprensión del origen del dolor. Pero esta comprensión lo deja sin rutas ni guías, entonces, recuerda esta experiencia. Así, ese estado de consciencia, reflejado en el manzano en flor, es el primer peldaño hacia la iluminación final de la mente.

Para cerrar esta introducción, respecto del sentido de la flor, agregamos la lúcida reflexión que Eckhart Tolle hace en el capítulo primero, “El Florecer de la consciencia humana” de su texto, Una nueva tierra. Un despertar al propósito de su vida, donde realiza una “evocación”:

“La Tierra, hace 114 millones de años, un día poco después de despuntar el alba: la primera flor en existir sobre el planeta abre sus pétalos para recibir los rayos del sol. Con anterioridad a ese suceso extraordinario que anuncia la transformación evolutiva de la vida vegetal, el planeta había estado cubierto de vegetación durante millones de años. Es probable que la primera flor no hubiera sobrevivido por mucho tiempo y que las flores hubieran seguido siendo fenómenos raros y aislados, puesto que las condiciones seguramente no eran favorables para una florescencia generalizada. Sin embargo, un día se llegó a un umbral crítico y súbitamente debió producirse una explosión de colores y aromas por todo el planeta, de haber habido una conciencia con capacidad de percepción para presenciarla. Mucho tiempo después, esos seres delicados y perfumados a los cuales denominamos flores desempeñarían un papel esencial en la evolución de la conciencia de otras especies. Los seres humanos se sentirían cada vez más atraídos y fascinados por ellas. Seguramente, a medida que la conciencia humana se fue desarrollando, las flores pudieron ser la primera cosa que los seres humanos valoraron sin que representaran un valor utilitario para ellos, es decir, sin que tuvieran alguna relación con su supervivencia. Así, Sirvieron de inspiración para un sinnúmero de artistas, poetas y místicos.” (2005:3-4).

Es interesante que Tolle evocando este momento crucial de la evolución de las especies vegetales sugiera que su presencia corrió en paralelo a la conciencia que podía apreciar su apariencia, su belleza, unida no solo a sus rasgos externos sino fundamentalmente a lo que ella significa en cuanto transformación energética, que implica según él, un salto en el desarrollo de las especies. Salto que no tiene una explicación aparente y que se relaciona con el modo en que nuestra conciencia se transforma, por un hecho que la ilumina, repentinamente, tras un largo proceso.

De ahí que Tolle, destaque el rol esencial de la belleza natural para la percepción humana, en cuanto ésta, concentrada en la flor, como lo señala la estética tradicional japonesa, a través del ensalzamiento de la flor del cerezo, nos comunica la impermanencia. La flor del cerezo es efímera, me no huye de su destino, lo vive sin juicio, sin miedo, sin anhelo. Continuamente arrastrada por el viento irradia su plenitud delicadamente a través de un perfume suave, de un color tenue. Cada flor dice algo respecto del vivir, respecto del cumplimiento, del llegar a ser sí mismo.

De ahí que Tolle destaque que la belleza incitante de las flores tiene que haber despertado en nosotros la consciencia, sobre todo la del sentimiento, pero también, como lo señala la cultura japonesa, a la conciencia de la caducidad de la existencia, como una condición existencial que permite desde esa comprensión valorar aún más la alegría y el amor.

“La belleza de una flor pudo arrojar un breve destello de luz sobre la parte esencial más profunda del ser humano, su verdadera naturaleza. El momento en que se reconoció por primera vez la belleza fue uno de los más significativos de la evolución de la conciencia humana. Los sentimientos de alegría y amor están íntimamente ligados con ese reconocimiento. Sin que nos diéramos cuenta, las flores se convertirían en una forma de expresión muy elevada y sagrada que moraría dentro de nosotros pero que no tendría forma. Las flores, con su vida más efímera, etérea y delicada que la de las plantas de las cuales nacieron, se convertirían en especie de mensajeras de otro plano, un puente entre el mundo de las formas físicas y de lo informe. Su aroma no solamente era delicado y agradable para los sentidos, sino que traía una fragancia desde el plano del espíritu. Si utilizamos la palabra "iluminación" en un sentido más amplio del aceptado convencionalmente, podríamos pensar que las flores constituyen la iluminación de las plantas”.Op. cit., 4

(http://www.caminosalser.com/contenidos/libros/Eckhart_Tolle-Una_nueva_Tierra.pdf)

3 y 4

PAISAJE HUERTO-JARDÍN: EL HUERTO AGRO-ECOLÓGICO

Claudia Lira Latuz

Una de las razones por las cuales iniciamos el año 2012 una investigación interdisciplinaria que unía la Estética, la Educación y la Agronomía, fue el haber descubierto el rol fundamental que cumplía la Naturaleza en el bienestar del ser humano. Esto lo habíamos notado paralelamente en estética y agronomía. En Estética, en el contexto de los cursos dictados en el Instituto de Estética, donde explorábamos la noción de experiencia estética, no solo desde la teoría sino mediante ejercicios con los sentidos para el desarrollo de la percepción, éstos confluyeron en la re-conexión de los alumnos con la naturaleza y, en Agronomía, a través del curso de bio-huerto, donde los alumnos mostraron igualmente, una reconexión con la naturaleza, a través de un “habitar” del espacio donde se desarrollaba la cátedra. Ambas instancias tenían en común la experiencia de la naturaleza y, al mismo tiempo, los alumnos expresaban cómo esas experiencias los ayudaban a sentirse más plenos, tranquilos y felices, tanto física, como emocional y mentalmente.

En ese momento, pensamos en el rol fundamental que tenían el cuerpo, las sensaciones y las emociones en el aprendizaje de los alumnos. También recordamos que la relación con la naturaleza en Chile estaba excluida de los espacios vulnerables. Pensamos, entonces, en la relevancia que pudiese tener, en el contexto educativo, la presencia de la naturaleza, no solo como un espacio de aprendizaje sino como un espacio de ocio y de desarrollo de la sensibilidad y de la inteligencia emocional, unida a la experiencia de contacto con los sentimientos, tales como, gratitud, compasión, plenitud, entre otros. En general, no se considera que la presencia de la naturaleza, de espacios cuidados y comunitarios, rasgos propios de un bio-huerto, puedan influir en la conducta o actitud hacia el aprendizaje, hacia la transformación de la consciencia hacia el cuidado y el autocuidado o que la estética tenga un rol fundamental en la formación ética de las personas, algo que es obvio, en las culturas asiáticas tradicionales. Donde el contacto diario con la naturaleza, el arte y la sensibilidad, son considerados componentes básicos para formar la personalidad, incluso, una personalidad sensible y comunitaria.

Entonces, nos propusimos diseñar un curso de bio-huerto, al que, finalmente, hemos denominado huerto agro-ecológico, que integrara, simultáneamente, por medio del proceso educativo, la agronomía orgánica y la estética, incluyendo los aprendizajes sobre la tierra, las semillas, los almácigos, el cultivo, el compost, entre otras cosas, donde los estético, la sensibilidad fuera el aspecto fundamental del reconocimiento de los contenidos, básicamente, porque nos propusimos trabajar con contenidos y experiencias que requerían de los sentidos para un reconocimiento cabal de estos. Al mismo tiempo, mediante ejercicios, se iba dando cabida a la expresión de las emociones y sentimientos durante la instrucción, lo que derivó, naturalmente, en un aprendizaje rápido y pleno de sentido, al vincularse con lo que cada uno estaba experimentando.

A raíz de lo que observamos y conversamos con los profesores que cursaron el primer taller de Estética del huerto agro-ecológico,  conectándolo con la estética japonesa y la chacra en la cultura aymara, descubrimos que era esencial plantearnos la construcción de un espacio natural que integrara el entorno, el paisaje y que este huerto-agroecológico fuese además un jardín. Esto no sólo porque las plantas comestibles se benefician de las flores, sino porque la experiencia del ocio vinculada a la contemplación, era un elemento central de la experiencia estética de la naturaleza.

La construcción de un huerto agro-ecológico que integra mediante hitos arquitectónicos o vegetales el curso de las estaciones, del tiempo y aspectos destacables del clima, conducen sutilmente la atención, incitando la experiencia de los sentidos. Al mismo tiempo, la implementación de flores de estación permite experimentar el proceso de las estaciones, asilando de manera natural, las distintas vibraciones de la vida expresada en las formas, texturas, olores y colores de la naturaleza, estimulando los sentimientos humanos. Al mismo tiempo, la combinación del jardín, de lo agrícola y lo natural, el paisaje dado, muestran espontáneamente el proceso de integración entre el trabajo y el ocio, dos instancias que componen el condimento de la existencia humana. Los espacios, destinados a los materiales, al descanso y al encuentro comunitario también son  fundamentales para vivir la naturaleza en sus distintas dimensiones.

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