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CARNAVALES AYMARA

Catalina Mansilla

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Los carnavales Aymara celebrados en el altiplano y la precordillera en febrero, previamente al inicio de la cuaresma católica, coinciden con la época de florecimiento de los cultivos de las chacras. Se celebran entonces la abundancia y crecimiento de los productos agrícolas. Una de las ceremonias más relevantes durante este período de celebración corresponde a la ch´alla de las chacras y la ch´alla del ganado, también llamado “floreo”.

La ch´allla de las chacras corresponde a un festejo e incorporación de los cultivos a la fiesta de los carnavales. Se decoran y engalanan las plantas y se realizan ceremonias donde se baila con algunas de las matas cargadas en la espalda. Esto se realiza como una forma de agradecimiento y de “hacer bailar a la chacra” y, con ello, propiciar su crecimiento (abundancia) y fertilidad (Sigl 2011). En esta instancia, los participantes suelen vestir flores.

La ch´alla de ganado o floreo, por otra parte, corresponde a la bendición de los animales. En esta instancia se metaforiza el florecimiento de las chacras con el florecimiento del ganado, por lo que los campesinos y campesinas visten a sus animales con representaciones de flores realizadas en lana y vellón teñido (Dransart 2002). Los machos son floreados con “sombreros” y las hembras con “aretes”, que se colocan colgando de las orejas de los animales. Sobre los lomos, se atan también trozos de vellón de colores distintos. El macho que se ha elegido como reproductor se viste especialmente y es floreado con mayor abundancia.

 

 

Siembra de papas Aymara

Durante esta oportunidad, las mujeres que preparan la semilla se sientan sobre la tierra formando un círculo para preparar un ungüento protector con el que se untarán las papas madres. Alrededor de ellas –mujeres y papas- se coloca una wiska (soga de cuero de llama) que evita que el espíritu de las semillas se vaya y, antes de sacar las semillas de los sacos, se las invoca para animarlas a desarrollarse bien. Según Arnold y Yapita, este sebo se untaría sobre los ojos de las semillas de papa, para alimentarlas y nutrir también a la tierra, asegurando una reproducción exitosa (302).

 

Luego, según Van den Berg, se procede a hacer un corte a algunas de las papas y a colocar dentro el ungüento protector, hojas de coca y flores de lana de color . Este gesto parece implicar no el hermoseamiento decorativo de las papas, sino la fusión de la semilla con la flor, y entonces, del nacimiento con la madurez de la vida vegetal. Son estas semillas-flores las que guiarán al resto durante el ciclo vital de la chacra, evitando las plagas y floreciendo abundantes. Por otra parte, este embellecimiento y florecimiento simbólico de las chacras se extendería a los mismos sembradores, para que se alegren los productos sembrados y la Madre Tierra. Se privilegiarían las flores de lirio, que tendrían un efecto especial sobre la alegría del corazón de la Pachamama  (Arnold y Yapita 303). De este modo, la belleza que se construye asociada al evento ritual no constituye en medida alguna un elemento accesorio, sino esencial, al tener la responsabilidad de guiar la vida sembrada hacia una madurez en plenitud y, por otra parte,  de suscitar la experiencia de la alegría, sobre la que se halla asentada la experiencia del trabajo aymara.

 

Después del embellecimiento, las papas son besadas y libadas, antes de ser colocadas en el primer surco preparado por los hombres. Según Mamani Bernabé, estas semillas estarían ‹‹embarazadas››, listas para dar crías, por lo que son necesarios los besos, las caricias, las palabras cariñosas y la manipulación cuidadosa (Van den Berg 66). Una vez dentro de la tierra, se pronuncian algunas oraciones y se quema una ofrenda en el centro de la chacra, que puede ser una muxsa misa (mesa dulce), un feto de llama o incluso una wilancha . Después de este acto se procede a sembrar toda la chacra.

 

Panorámica temporal de la flor en fiestas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensamiento tradicional japonés en relación a la naturaleza

 

Cuando hablamos de naturaleza ¿qué es lo que tenemos en mente?, ¿cuál es nuestra vínculo con ella y por qué se hace necesario reflexionar en torno a esta temática en relación con el pensamiento tradicional japonés? ¿Qué de singular tiene esa tradición?

En primer lugar tenemos que reconocer que en la actualidad cuando se habla de naturaleza instantáneamente surge en nuestra mente la palabra ecología, como consecuencia pensamos que el texto que viene a continuación es sobre desastres medio ambientales. Así, nuestra relación con la naturaleza ha devenido un problema a resolver, un bombardeo de información respecto de la contaminación,  lo que genera en muchos de nosotros un sentimiento de culpa; en otros nace el sentido de responsabilidad asumido como una deuda, incluso sentimos que hay algo urgente de resolver que requiere de decisiones políticas,  de intervención estatal, apoyada y dirigida por comisiones científicas. Sin embargo, por siglos nuestra aproximación a ella no fue a través de esta dinámica, tampoco mediatizada a través de maravillosos reportajes del National Geografic o de programas sobre el calentamiento global. Para un gran porcentaje de personas la naturaleza fue el lugar en donde creció, el espacio en el cual habitó, en donde se desarrolló jugando, con el cual tenía una relación permanente, sobre todo porque era menos común vivir en departamentos, entre otras cosas.

Por eso, esta reflexión parte con una invitación a recordar ese primer contacto con la naturaleza, es decir, le pedimos al lector que trate de sumergirse en la memoria de sus días de infancia, durante los cuales discurría entre medio de plantas, flores y árboles, rodando por el pasto, trepando por troncos o colgando de ramas. Cuando cortaba flores para hacer collares, coronas o simplemente para llevarlas a la mamá o a la profesora. Cuando corría con el perro o acariciaba al gato. Que traiga al presente las impresiones de la época en que vendían pollitos o patos en las ferias y en donde las palomas no eran un problema de salubridad. Incluso en ese mundo todavía se veían varios arcoíris al año, círculos en la Luna y rayos de sol que atravesaban las nubes.

Ahora trate de sentir las sensaciones y emociones de ese mundo, recuerde el gozo de percibir las cosas de manera directa: la manzana, su color, su olor, su plenitud carnal (la de la manzana y la suya) sin culpas ni prejuicios, la plena experiencia estética en la que vive el niño (conciencia de la unión sensación–emoción en la presencia corporal, percepción de sí mismo y del entorno de manera simultánea).

Si el que lee estas páginas realiza este primer esfuerzo antes de continuar, podrá asimilar este texto desde una conexión consigo mismo, así el tema que desarrollaremos a continuación no será simple información. La idea principal de este escrito es que usted recuerde que la naturaleza no es un dato sino una realidad presente, una oportunidad para todo el que despierte a ella, una posibilidad de reconectarse con la experiencia inmediata, libre, que tenía en la infancia y que quizás recuerda con nostalgia (tal vez la haya olvidado). A ella apuntamos para reconocerle un valor intrínseco, que además, influye positivamente en la salud al contribuir en el desarrollo integral del ser humano.

A partir de esas impresiones, retomaremos la reflexión acerca de la naturaleza. Una manera de definirla es a partir de la noción de ecosistema, es decir, un “conjunto característico de especies de plantas y animales” en el cual habitamos; incluye a la vez un terreno particular unido a un clima que contribuye a su proceso y permanencia. Los ecosistemas son biodiversos y en la actualidad los podemos encontrar en distintos estados: aquel en donde no ha habido mayor intervención del ser humano, otros en donde la intervención ha sido medianamente armoniosa y finalmente, en los que la mano del hombre ha provocado desastres reversibles y otros irreversibles.

Los ecosistemas existen incluso en el jardín de las casas particulares y si la persona permanece unida a su devenir puede convivir con la transformación permanente de la naturaleza: nacimiento, desarrollo y muerte de ese pequeño nicho vegetal y animal. Si bien los ecosistemas tienen una geografía medianamente constante, grandes desastres como aluviones, terremotos, incendios, entre otros, pueden modificarlos. De esta manera, el clima  de una región varía de año en año haciendo que el ecosistema se modifique parcialmente, aumentando o disminuyendo la proliferación de especies. Todo aquello hace que una persona de campo conectada con su entorno tenga un conocimiento empírico respecto de la conducta de plantas y animales, que en muchos casos genera una sabiduría que expresa la afinidad lograda en convivencia con el medio. Al mismo tiempo y de manera espontánea se suele disfrutar de los contrastes visuales y auditivos de las estaciones, de las sensaciones que despiertan el clima, los olores, los colores, etc. Los que generan sentimientos de empatía y afecto hacia el paisaje.

La naturaleza se filtra por la piel, penetra por los oídos, inunda los ojos, sacude la lengua, ensancha los orificios nasales permitiendo que la conciencia despierte a su presencia. El cuerpo se sacude ante tales estímulos pero la persona que habita la ciudad los hace a un lado, como si el cuerpo que usa para vivir no tuviese ninguna cabida en su modo de existir. Finalmente, esta extraña forma de habitar se puede vincular a la falta de atención a la realidad del cuerpo, como si ambos, naturaleza y cuerpo, hubiesen sido relegados. Se pueden argüir argumentos en contra de las razones por las cuales hemos aprendido a estar ausentes corporalmente en la cotidianidad, pero no es la finalidad de este escrito.

El asunto que nos atañe es reconocer una condición y vislumbrar la salida, en sospechar y asumir que ella está unida a la conexión con el cuerpo, pues es él el que está presente en la versión vital del niño que juega o del campesino que trabaja la tierra. La propuesta de este texto es que la reconexión con la naturaleza, pasa por un volver a sentir el cuerpo en sus propias capacidades que son sensoriales y emotivas, pero ahora desde la conciencia, es decir, como un acto voluntario que requiere en primera instancia de un esfuerzo.

El niño que vive en relación directa con el entorno está abierto,  desde cierto punto de vista es libre. Se sorprende ante las cosas, se entusiasma, es arrojado, y al mismo tiempo, gozador; se mueve permanentemente pero también se revuelca y mira desde el suelo, a veces largo rato, como contemplando el girar de las cosas. Todo esto parece acontecerle porque aún no está socializado como tampoco maneja bien el lenguaje, tampoco posee suficientes experiencias que limiten y entorpezcan su actuar o sentir. En cierta medida sufre vivir así porque no puede hacerlo de otra forma. Son los dos extremos de dos tipos de conciencia, una sobre estimulada por las impresiones (la del niño) y otra anestesiada por la inatención debido al exceso de trabajo, responsabilidades y ajetreos de la adultez, es decir, tomada por estímulos de otro orden. También los niños que viven en la sobre estimulación moderna y electrónica suelen perder la capacidad de asombro y de gozo del instante.

Al principio nos preguntábamos por qué está temática se debía tratar tomando prestada la concepción japonesa de la naturaleza. Esto podría parecer algo arbitrario tomando en cuenta que, las culturas ancestrales de todos los países, poseen tal vínculo con la naturaleza. Sin embargo, el pueblo japonés ha transformado esa relación en algo no transable, en una necesidad, ya que nunca renunció a vivir en contacto diario con ella, ni siquiera tras la modernización occidental del país.

En Japón la experiencia estética primordial fue y es la percepción de la belleza natural. De hecho, el Shintō, su religión originaria, destaca como templos todo espacio dotado de una peculiar configuración natural, considerada plenamente bella. De ahí que se diga que Japón ha hecho de la belleza una religión.  Ella no sólo envuelve las cosas naturales sino que se manifiesta en el despliegue de los fenómenos, lo que revela una sensibilidad que permanece conectada y atenta al movimiento del acontecer. El fuerte vínculo con la naturaleza, la consonancia con los procesos fue también un método para desarrollar la sensibilidad, requerida para crear, así como el principal tema de inspiración en las artes. De hecho, la obra era una re-creación de ese mismo mundo natural.  Por otro lado, los métodos espirituales vinculados a la disciplina corporal, en las diversas escuelas del budismo en Japón, tomaron como eje central esta misma relación, lo que les permitió profundizar en el apoyo que la naturaleza puede prestar en el camino para alcanzar la iluminación.

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